(En español abajo)
We live in the most violent century of modern history. Statistics reveal an alarming reality: more than 100 million people are displaced worldwide, the highest figure since records began. Armed conflicts have reached historic levels of intensity and spread, with over 50 active wars across the world today. Violence is not limited to battlefields; the number of deaths from violence in cities and countries in conflict exceeds 500,000 annually. In this context, peace seems like an increasingly remote concept.
Peace, like asylum, is a human right. However, what seems to be truly in dispute is not peace itself, but power. The hegemonic actions of states have seriously compromised the moral, political, and legal mandate to build and sustain peace. The interests of a few have jeopardized the practical reason for peace: there should be no war, and therefore, sustainable conditions must exist for communities to live in harmony.
From Ukraine to Palestine, through Syria, Venezuela, Mexico, Sudan, and Yemen, armed conflicts, resource scarcity, structural violence, and climate change are extinguishing the flames of peace in every corner of the planet. On the battlefields and in devastated cities, children grow up amid ruins, and entire communities disintegrate under the weight of war, poverty, and violence. In Latin America, internal conflicts and criminality expel thousands from their homes, condemning them to forced exile and relentless suffering. Meanwhile, it seems the world merely watches from a distance, as if the tragedy of others could be ignored.
In a troubling contrast, war seems to have become the norm, while peace presents itself as an elusive ideal. The ease with which humanity leans toward conflict contrasts with the difficulty of achieving and maintaining peace. War, with its display of weapons and culture of violence, manifests disturbingly easily; it is a machine that moves with inertia and speed, breaking down barriers and harvesting lives with calculated disregard. Conversely, peace, that much-desired and fundamental state, faces disproportionate resistance. It is more than just the absence of war, it is the active construction of a social order based on justice, dialogue, and empathy, which demands a monumental and constant effort.
Peace, in its purest essence, is a complex construction that requires a delicate balance of justice, equity, and commitment. Unlike war, which erupts like a raging torrent, peace is built slowly, brick by brick, at the intersection of cooperation and mutual understanding. Achieving peace requires a profound transformation of social and political structures, a change in how we understand and manage our differences. This process challenges the status quo, questions dominant narratives, and requires long-term vision—qualities that seem scarce in a world obsessed with the immediacy of conflict.
Peace, far from being a utopia, is a fundamental right that is denied to us daily. While the powerful negotiate in their offices and governments, millions of people suffer the consequences of their decisions. How many more lives will be lost before humanity understands that violence is not the answer? How many more lives need to be lost before we understand that peace is a right, not an option?
Where are the solutions? Where is the leadership that prioritizes peace over the interests of a few? Agreements are broken, promises fade, and ordinary people pay the price. Peace is not built with weapons or walls, but with justice, dialogue, equity, and empathy.
On this International Day of Peace, the call we make from Asylum Access Mexico is not just to speak of peace but to act in its name. Peace must be a right of the people, not a disputed objective. Today, many of us choose to be part of a world where walls and borders crumble, and hearts open. Where fear is replaced by solidarity and indifference by compassion. Today, we choose this: to be the voice that demands real change and the hands that work for it.
What do you choose?
Carla Paulina Dávila Cessa
Communications Coordinator, Asylum Access Mexico
La paz debería ser un derecho garantizado, no un objetivo en disputa
Vivimos en el siglo más violento de la historia moderna. Las estadísticas revelan una realidad alarmante: más de 100 millones de personas están desplazadas a nivel mundial, la cifra más alta desde que se llevan registros. Los conflictos armados han alcanzado niveles históricos de intensidad y extensión, con más de 50 guerras activas en el mundo hoy en día. La violencia no se limita a los campos de guerra; el número de muertes por violencia en ciudades y países en conflicto supera los 500,000 anuales. En este contexto, la paz parece un concepto cada vez más remoto.
La paz, al igual que el asilo, es un derecho humano. Sin embargo, lo que parece estar realmente en disputa no es la paz misma, sino el poder. Las acciones hegemónicas de los estados han comprometido seriamente el mandato moral, político y jurídico de construir y sostener la paz. Los intereses de unos pocos han puesto en riesgo la razón práctica de la paz: que no debe haber guerra y que, por lo tanto, deben existir condiciones sostenibles para que las comunidades vivan en armonía.
Desde Ucrania hasta Palestina, pasando por Siria, Venezuela, México, Sudán y Yemen, los conflictos armados, la escasez de recursos, la violencia estructural y el cambio climático están sofocando las llamas de la paz en todos los rincones del planeta. En los campos de batalla y en las ciudades devastadas, niños y niñas crecen en medio de ruinas, y comunidades enteras se desintegran bajo el peso de la guerra, la pobreza y la violencia. En América Latina, los conflictos internos y la criminalidad expulsan a miles de sus hogares, condenándoles a un exilio forzado y a un sufrimiento implacable. Mientras tanto, pareciera que el mundo solo sigue mirando desde la distancia, como si la tragedia ajena pudiera ser ignorada.
En un contraste inquietante, la guerra parece haberse convertido en la norma, mientras que la paz se presenta como un ideal esquivo. La facilidad con la que la humanidad se inclina hacia el conflicto contrasta con la dificultad de alcanzar y mantener la paz. La guerra, con su despliegue de armas y su cultura de violencia, se manifiesta con una facilidad perturbadora; es una maquinaria que avanza con inercia y rapidez, desmoronando barreras y cosechando vidas con un desdén calculado. En cambio, la paz, ese estado tan deseado y tan fundamental, se enfrenta a una resistencia desproporcionada. No se trata solo de la ausencia de guerra, sino de la construcción activa de un orden social basado en la justicia, el diálogo y la empatía, lo cual demanda un esfuerzo monumental y constante.
La paz, en su esencia más pura, es una construcción compleja que requiere el delicado equilibrio de justicia, equidad y compromiso. A diferencia de la guerra, que se despliega con la furia de un torrente desbocado, la paz se edifica lentamente, ladrillo a ladrillo, en la intersección de la cooperación y el entendimiento mutuo. La paz exige una transformación profunda de las estructuras sociales y políticas, un cambio en la manera en que entendemos y gestionamos nuestras diferencias. Es un proceso que desafía el status quo, que cuestiona las narrativas dominantes y que demanda una visión a largo plazo, cualidades que parecieran escasas en un mundo obsesionado con la inmediatez del conflicto.
La paz, lejos de ser una utopía, es un derecho fundamental que se nos niega a diario. Mientras los poderosos negocian en sus despachos y sus gobiernos, millones de personas sufren las consecuencias de sus decisiones. ¿Cuántas vidas más se perderán antes de que la humanidad comprenda que la violencia no es el camino? ¿Cuántas vidas más tienen que perderse antes de que entendamos que la paz es un derecho, no una opción?
¿En dónde están las soluciones? ¿En dónde está el liderazgo que priorice la paz sobre los intereses de unos pocos? Los acuerdos se rompen, las promesas se desvanecen, y la gente común es la que paga el precio. La paz no se construye con armas ni con muros, sino con justicia, diálogo, equidad y empatía.
En este Día Internacional de la Paz, el llamado que hacemos desde Asylum Access México no es solo a hablar de paz, sino a actuar en su nombre. La paz debería ser un derecho de los pueblos, no un objetivo en disputa. Hoy, muchas y muchos elegimos ser parte de un mundo donde los muros y fronteras se derrumben y los corazones se abran. Donde el miedo se sustituya por solidaridad y la indiferencia por compasión. Así lo elegimos hoy: Ser la voz que exige cambios reales y las manos que trabajen por ellos.
¿Qué eliges tú?
Carla Paulina Dávila Cessa
Coordinadora de Comunicación, Asylum Access México